Verde tierra calcinada es un libro de crónicas sobre los lugares de la guerra en Colombia. Escrito por el periodista Juan Miguel Álvarez y publicado por Rey Naranjo Editores en el año 2017, esta obra es una invitación a viajar a las profundidades del conflicto armado y a hacer una inmersión en la historia reciente de Colombia. Como parte de un especial de contenidos sobre este libro, compartimos un fragmento del segundo capítulo, «Las Hermosas».
Lee también: una entrevista con Juan Miguel Álvarez y una reseña de Verde tierra calcinada.

Fragmento de Verde tierra calcinada
Por Juan Miguel Álvarez
Si bien el Tolima ha padecido el conflicto armado desde que este comenzó, los hechos de guerra del último tiempo han ocurrido en torno al cañón de Las Hermosas. No en vano el sur del Tolima ha sido territorio de arraigo popular para las Farc; fue en una remota vereda de esta región en donde tuvo fecha de origen el mito fundacional guerrillero. La cosa fue más o menos así:
En la primera mitad del siglo xx, dos partidos políticos —el Liberal y el Conservador— disputaban en elecciones libres la Presidencia de Colombia. El país se encontraba relativamente en calma luego del final de la última guerra civil, llamada «Guerra de los Mil Días», finalizada en 1902. Pero en algún momento se volvió a encender la violencia. Los historiadores de ideología conservadora dicen que fue a partir de 1930, cuando los liberales subieron a la Presidencia luego de no haber ostentado el poder desde que perdieron aquella última guerra. Los de ideología liberal dicen que la violencia estalló a partir de 1946 cuando los conservadores volvieron a poner presidente.
El caso es que hacia comienzos de los años cincuenta se distinguían tres grupos de matones: agentes de policía al servicio del Partido Conservador conocidos como «Chulavitas»; bandas de civiles armados también a órdenes de este partido llamados «Pájaros»; y grupos de campesinos armados de filiación liberal que se presentaban como «Autodefensas Campesinas». La violencia era de ida y vuelta porque muchas de estas autodefensas mutaron a cuadrillas de bandoleros sin respeto por fundamentos políticos. Otras autodefensas, influenciadas por el marxismo-leninismo, se transformaron en guerrillas comunistas.
En 1957, el dictador Gustavo Rojas Pinilla y la Junta Militar que lo sucedió procuraron retornar a la democracia y apaciguar el sectarismo violento entre partidos mediante una consulta popular a la que se llamó Plebiscito. La gente votó a favor de que los dos partidos se alternaran la Presidencia y el poder de gobierno durante cuatro periodos de cuatro años —1958 a 1974—. A esta figura se le conoció como «Frente Nacional».
Antes de la consulta, Rojas Pinilla había negociado el desarme de los grupos armados. A los liberales, el dictador les había prometido desmontar las fuerzas de exterminio que había en los cuarteles de policía y en los batallones. Y a los conservadores, que los Pájaros no iban a ser apresados siempre y cuando no volvieran a matar. Algunos le creyeron y se desarmaron. Otros no. Con la fuerza pública, lo mismo: unos Chulavitas se calmaron y obedecieron al dictador. Otros no. Y la violencia nunca paró: si en Bogotá y en las principales ciudades la situación parecía mantenerse apaciguada, en la Colombia rural acaecían masacres, asesinatos selectivos, desapariciones.
De otro lado, el éxito de la Revolución Cubana hizo que Estados Unidos extendiera sobre América Latina un codo de presión con el que conminaron a los gobiernos de turno a firmar un pacto de lucha anticomunista —«Carta de Punta del Este»—, presentado a la opinión pública como un «programa de ayuda económica, política y social».
En esos años, el Frente Nacional ordenó perseguir, encarcelar o dar de baja a los cabecillas de las bandas armadas que seguían en el campo, sin que importara si se presentaban como liberales o conservadores. Las guerrillas marxistas-leninistas fueron más aplicadas y escaparon del ejército concentrándose en escondites montañosos, en donde intentaron desarrollar proyectos de autogobierno, justicia a mano propia y economía agraria de intercambio.
En 1961, el Frente Nacional calificó a estas zonas guerrilleras como «Repúblicas independientes», cimentando la teoría de una supuesta amenaza secesionista en pleno escenario latinoamericano de lucha contra el comunismo. Con ello, el presidente de turno quedó facultado para incrementar en tamaño y fuerza los operativos contra los cabecillas. Y así, en 1964, el Gobierno Nacional acometió la «Operación Militar de Marquetalia», con la que quiso aniquilar al grupo guerrillero que más crecía en formación ideológica y número —se estima que agrupaba a unas cien familias— y que se encontraba asentado en un paraje del sur del Tolima al que bautizaron «Marquetalia».
La versión guerrillera dice que la fuerza que los atacó fue de diez mil soldados más bombardeos con napalm. La versión del general José Joaquín Matallana, comandante del operativo, y que además quedó como historia oficial, advierte de dos mil soldados y bombardeos, pero niega el uso de armas químicas. El caso fue que los sobrevivientes, henchidos de orgullo por haber resistido, se autodenominaron dos años más tarde como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, y entendieron como propios el éxito de la Revolución Cubana y el modelo de la Unión Soviética.
Desde ese día y durante cuarenta años, esta guerrilla reinó en el sur del Tolima.
Hacia finales de los años noventa, las Farc ya eran una fuerza tan poderosa y atemorizante que habían avanzado desde los parajes más recónditos hasta las barbas de las ciudades. Sobre los páramos que rodean a Bogotá, por citar un hecho esencial, habían logrado poner un cerco con el que pretendían sitiar la capital y asestar el golpe definitivo por la toma del poder. En el sur del Tolima, lo mismo: los pueblos estaban acorralados y el orden institucional se encontraba gravemente resquebrajado. Varios alcaldes y funcionarios públicos fueron asesinados por la «justicia» marxista-leninista. Y a los que no mataron, los obligaron a abandonar todo e irse.
En 2002, el Gobierno Nacional implementó la política de «Seguridad Democrática», que en un comienzo no fue otra cosa que la retoma militar de los territorios que estaban en poder de grupos armados ilegales, mediante una estrategia de guerra por regiones. En el cañón de Las Hermosas y en Marquetalia, la Seguridad Democrática hirió el mito fundacional de las Farc, obligando a los guerrilleros a replegarse a sus guaridas. También capturó y dio de baja a varios comandantes que se ocultaban en la zona.
Pero en 2012, como si la Seguridad Democrática hubiera sido agua de verano, la Defensoría del Pueblo advirtió que en el sur del Tolima las Farc mantenían las amenazas de muerte sobre civiles y el reclutamiento de menores de edad, seguían sembrando minas antipersona y hostigaban a diario a la fuerza pública con explosivos y tiroteos.
Fue en ese clima de arponazos y zozobra que empezaron los diálogos de paz en La Habana.
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Para leer Verde tierra calcinada puedes:
–Buscar este libro en tu biblioteca más cercana. Si no está disponible, consulta por el servicio de préstamo interbibliotecario.
–Adquirirlo en las principales librerías del país o a través de Rey Naranjo Editores.
Fotos: César Jaramillo, Federico Ríos y cortesía Rey Naranjo Editores.
Para ampliar más sobre el tema del origen de las Farc, puedes leer: Marquetalia: el mito fundacional de las Farc, por Eduardo Pizarro Leongómez.
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