La eterna pregunta: ¿para qué sirve el arte? En esta invitación a leer el poema «Domingo» del poeta colombiano Eduardo Carranza (1913-1985), el autor reflexiona sobre la utilidad del arte, en particular de la poesía. En tiempos tan convulsos como los que vivimos, ¿para qué un hacedor de versos? Este artículo hace parte de la serie Leer un poema. ¡Participa recomendando la lectura de un poema colombiano!
Por Doby González
En su libro De poesía con los poetas, el escritor venezolano Jesús Enrique Barrios, plantea la interesante disyuntiva: ¿La poesía es una inutilidad necesaria o una necesidad inútil? Resulta que el deber del poeta, de todo creador, pasa por sintonizar el dial de la verdad y superar la frecuencia de la injusticias. Varios son los certámenes que se realizan y nos permiten tomar el pulso de las venas poéticas alrededor del mundo.
El Festival Internacional de Poesía de Medellín y el Festival Mundial de Poesía de Venezuela son apenas dos eventos de gran prestigio y trayectoria dedicados a la palabra excelsa, capaces de congregar un significativo número de seguidores en torno a ella. Ese fenómeno ocurre cada año y le convierte en muestra fehaciente del incalculable valor con el que cuenta el ars poético. Cabe decir que la poesía, el poeta y su oficio resultan para nuestras sociedades una inutilidad necesaria, porque ¿qué otra razón podrían justificar la permanencia del pulso poético por tanto tiempo?
Dentro del complejo tema de la paz, mucho puede ser el aporte de la poesía, ese fenómeno para nada elemental, más bien subversivo (en el plano lingüístico y en el de la realidad más pragmática). Tomando las palabras del poeta Freddy Ñañez:
La poesía que elude los conflictos que envilecen al mundo (la guerra, el imperialismo, el hambre, la inequidad) afianza el malestar y milita con la miseria; pero aquella que solo habla de la guerra y lo ominoso confina la posibilidad de constituir una identidad con la paz y la justicia. En consecuencia, dilata su realización.
No se debe emplear la palabra, el discurso, el ars poético exclusivamente en su dimensión descriptiva o contemplativa. Hay que propiciar actos de rebeldía y crítica. Azuzar conciencias beligerantes procurando los fines más nobles y justos. Por ello, continúa Ñañez diciendo que:
Tenemos que ser capaces de desplegar desde el poema una verdad, más que de los hechos, de lo posible inexistente: la paz, la justicia, el abrazo, la ternura, en suma todo lo que parece habernos olvidado. El poema ya no sólo ha de captar lo que hay: oscuros rasgos de muerte y terror. Hoy tiene como desafío ante lo que hay, afirmar una identidad superior, es decir, con lo que puede ser la vida despojada de su asedio.
Habitar un mundo menos hostil es recurrente quimera de soñadores y poetas. Por ello, el creador se suma -con suficiente esperanza- al concierto de voces que reclaman o se declaran en contra de las guerras, las invasiones, componendas o conspiraciones.
Entonces, ¿para qué sirve un hacedor de versos?, ¿para qué la poesía? Pues para contar con un aliado que nos sugiera y regale una forma diferente de ver las cosas, otra óptica; y para disfrutar de la savia generosa de la que no se abreva más que libertad, justicia y paz (razones suficientes para existir).
Además, el compromiso de la poesía para con la paz reside en el velado y amplísimo interés que sostiene por la libertad. No es solidaria ni promotora de guerras. ¿Cómo serlo? ¡Está fuera de su competencia! En cuanto a los procesos de paz, tampoco son su responsabilidad, aunque extraordinaria militante es por la pacificación del mundo. Como embarcación sometida a intensa turbulencia, la poesía resiste los embates del bien y el mal en pugna, en perenne confrontación.
Domingo
Un domingo sin ti, de ti perdido,
es como un túnel de paredes grises
dónde voy alumbrado por tu nombre;
es una noche clara sin saberlo
o un lunes disfrazado de domingo;
es como un día azul sin tu permiso.
Llueve en este poema; tú lo sientes
con tu alma vecina del cristal;
llueve tu ausencia como un agua triste
y azul sobre mi frente desterrada.
He comprendido cómo una palabra
pequeña, igual a un alfiler de luna
o un leve corazón de mariposa,
alzar puede murallas infinitas,
matar una mañana de repente,
evaporar azules y jardines,
tronchar un día como si fuera un lirio,
volver granos de sal a los luceros.
He comprendido cómo una palabra
de la materia azul de las espadas
y con aguda vocación de espina,
puede estar en la luz como una herida
que nos duele en el centro de la vida.
Llueve en este poema, y el domingo
gira como un lejano carrusel;
tan cerca estás de mi que no te veo,
hecha de mis palabras y mi sueño.
Yo pienso en ti detrás de la distancia,
con tu voz que me inventa los domingos
y la sonrisa como un vago pétalo
cayendo de tu rostro sobre mi alma.
Con su hoja volando hacia la noche,
rayado de llovizna y desencanto,
este domingo sin tu visto bueno
llega como una carta equivocada.
La tarde, niña, tiene esa tristeza
del aire donde hubo antes una rosa;
yo estoy aquí rodeado de tu ausencia
hecho de amor y solo como un hombre.

Puedes leer una biografía y algunos poemas de Eduardo Carranza en este especial de la Biblioteca Nacional.
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