Esta es la segunda parte de la entrevista de César Jaramillo a Juan Miguel Álvarez, a propósito de su libro de crónicas Verde tierra calcinada (Rey Naranjo Editores, 2017).
Lee también la primera parte de esta entrevista, una reseña para conocer qué contiene este libro y Así surgió la ex guerrilla de las Farc, un fragmento de la obra.
–Juan Miguel, en algunos episodios del libro te cuestionas respecto a algo que llamas ‘uniforme de periodistas’. Te preguntas si el ser periodista te faculta para hurgar en los recuerdos más dolorosos de las personas con el fin de alcanzar una buena crónica. ¿Cómo ampliamos esa consideración?
–Sí, creo que hay varios momentos en el libro; voy a mencionar algunos. El primero es en una capilla, con la mejor amiga de María Cristina Cobo Mahecha (enfermera asesinada por los paramilitares en el departamento del Guaviare); yo siento que le estoy formulando interrogantes muy fuertes, y me pregunto por qué lo estoy haciendo.
Yo le digo que paremos y ella me indica que no, que sigamos, pero eso no significa que me deje de cuestionar, porque además veo que ella está sufriendo mucho.
Luego me respondo: la excusa es la de encontrar la verdad como valor supremo del debate público, de la democracia contemporánea, de las sociedades libres. Yo hago un viaje tan largo en esa búsqueda. Lo que ocurre es que cuando yo le pido que paremos, que no me tiene que contar más, ella me dice que sigamos; ahí yo me siendo con libertad de seguir escuchándole para saber hacia dónde quiere derivar la conversación. Sentí que ella quería que yo estuviera allí, y la cosa cambia.
El segundo momento es en la casa de doña Olga (mujer desplazada por enfrentamientos entre ejército y guerrilla en el municipio de Urrao, Antioquia); cuando conversamos sobre su desplazamiento, yo insisto mucho con mis preguntas, hasta que ella me responde luego de darme el testimonio: si eso es lo que quería saber, ya se lo dije.
Era una conversación que giraba mucho, y en un punto busqué que fuera al grano; me dice eso, y luego se suelta a llorar. ¿Cómo me sentí? Apagué otra vez la grabadora.
En un tercer momento, cuando llego a conversar con la madre de un joven que fue reclutado por un grupo guerrillero en Guaduas, departamento del Chocó, me doy cuenta de que estoy vestido como los bandidos que se llevaron a su hijo: completamente de negro; me sentí mal, muy mal. Así, varios relatos están conectados con esa reflexión que planteo sobre el uniforme del periodista.
Esto es lo que pienso: hay cualquier cantidad de manuales en las agremiaciones periodísticas sobre qué hacer y qué no hacer en una entrevista con víctimas. Yo no digo que no tengan uso o bien, pero las situaciones de conflictos morales no se solucionan o esquematizan con un decálogo. La única forma de enfrentar esas situaciones es llevándolas sin perder nunca el sentido de compasión y solidaridad.
Como periodista necesitas saber qué pasó, pero como ser humano tienes que ser consciente de que eso causa algo que puede ser superior en fuerza moral que lo que estás buscando. Si eso sucede, tienes que poner en tela de juicio lo que estás haciendo y decirle a la persona ‘paremos’; cuando te das cuenta de eso equiparas la situación, y le dejas al otro el poder de decidir.
Como periodista, te quitas el poder y se lo entregas a tu entrevistado, sólo así se hace el trabajo con humanidad y altura.

–¿Por eso es importante conocer estos relatos?, ¿para buscar más humanización ante el conflicto acercándonos al dolor de los otros?
Yo podría añadir a eso que el título lo puso Kapuscinski hace rato: los cínicos no sirven para este oficio. Entenderlo desde la discusión técnica que intentó dar con la reportera italiana María Nadotti, no es tan sencillo como cuando uno lo tiene que vivir y tiene que tomar decisiones en las cuales uno puede quedar como un cínico o como alguien solidario.
En la mayoría de los casos, los periodistas no son cínicos, es decir, hacen su trabajo hasta donde saben que lo pueden hacer, y luego se contienen porque pueden dañar. Obviamente existe un grupo no menor que no se fija en eso sino que va de cacería.
Hay una expresión muy vieja de la escuela clásica de periodismo literario, probablemente surgida de la corriente norteamericana, y que se refiere al personaje del relato: tu vida es tu vida pero tu historia es mi historia.
Esa ha sido la regla de oro del periodismo narrativo; ¿qué significa? Que si en algún momento quedas mal ante el periodista, él no te lo va a perdonar, va a narrar ese detalle en su texto.
Yo puedo estar parcialmente de acuerdo con ese principio en los casos en que no estén implicadas víctimas del conflicto armado o de situaciones de opresión irredimible, pero si la persona sobre la cual quiero escribir es víctima de las circunstancias más terribles, y en el encuentro conmigo esa persona deja ver su lado menos vulnerable o más rapaz, yo debo elegir si incluir ese elemento sirve o no sirve, si conviene o no conviene. En ese momento su historia es mi historia, pero su vida puede estar en riesgo moral si yo pienso que la historia sólo me pertenece a mí.
–En la obra afirmas que, luego de varios años en el periodismo, la experiencia te ha enseñado que con las fuentes no se discute sobre principios ideológicos: se debe preguntar, escuchar, y volver a preguntar. ¿Hay algo que podamos agregar a esa enseñanza?
–Yo llego hasta el siguiente nivel: si veo que la otra persona está parada en la posición de un fascismo evidente, o un punto de no retorno, defendiendo lo indefendible, yo debo calcular algo como entrevistador: o es un ideólogo, o sea, que produce contenido y lo difunde con miras a cooptar, o es un adepto.
Este aprendizaje que mencionas funciona cuando uno entrevista personas que son adeptos o personas del común, con las que yo trabajo todo el tiempo. Estos adeptos han llegado a esos convencimientos o porque son muy permeables, o porque no han tenido posibilidad de comparar, o porque se han sentido heridos. Ahí pregunto, escucho y pregunto, hasta llegar al momento en el que la otra persona se cuestiona; le muestro situaciones hipotéticas para ver en qué casos se sostiene su pensamiento.
Pero con un ideólogo uno no puede hacerle preguntas interpretativas. A él lo tienes que confrontar con ideas de mayor peso, no preguntar, escuchar y preguntar, sino preguntar, escuchar y controvertir para destruir argumentos absolutos como el nacionalismo bélico, el sectarismo, el clasismo, el racismo; y esas posturas no pueden ser material de difusión.
Yo no voy a difundir esas ideas si no estoy en la capacidad de controvertirlo. Hago esa claridad, porque en el libro está la mitad del aprendizaje; esta parte que te cuento es el otro aspecto.
–Al conocer y contar estas historias, ¿se va endureciendo el periodista, va cogiendo cayo, o se va logrando cierto equilibrio entre la emoción y la razón?, ¿cómo ha sido en tu caso?
–Eso no es fácil de resolver; te puedo decir que no funcionaría si por cada historia deprimente que encuentre me pongo a llorar. Simplemente no la podría resolver. Pero tampoco funcionaría si cada historia deprimente la recibo como un chicle: mastico hasta que pierde el sabor. En ese punto uno sería una máquina que ha industrializado la producción de textos.
Hay que llegar al equilibrio, pero sólo lo encuentra cada quien según su capacidad. Por fortuna he tratado de luchar contra el cinismo, pero me alegra el hecho de que mi cayo como periodista me haya permitido trabajar en historias cada vez más duras.
Lee también: una reseña de Verde tierra calcinada. Y Así surgió la ex guerrilla de las Farc, un fragmento de este libro. ¡Comenta y comparte!
Para leer Verde tierra calcinada puedes:
–Buscar este libro en tu biblioteca más cercana. Si no está disponible, consulta por el servicio de préstamo interbibliotecario.
–Adquirirlo en las principales librerías del país o a través de Rey Naranjo Editores.
Fotos: César Jaramillo, Federico Ríos y cortesía Rey Naranjo Editores.
Contenidos similares en Diario de Paz Colombia:
- En un lugar muy lejano en las selvas del Alto Andágueda. Un fragmento de El oro y la sangre de Juan José Hoyos
- Conjugando el verbo “pacienciar”. Así escribió Juan José Hoyos El oro y la sangre.
- “Las antropólogas forenses colombianas son unas heroínas”: Marcela Villegas
- El Acuerdo Final de Paz. Un documento que todo colombiano debería conocer.
- Hablar de posacuerdo en vez de posconflicto. Una precisión necesaria.
- Tres libros (que puedes descargar gratis) para estudiar la historia reciente de Colombia.
- ¿Quién es el enemigo? Un libro para estudiar el poder del discurso en el conflicto armado colombiano.
- Qué debemos entender por “Reconciliación”. Una entrevista con el intelectual alemán Martin Leiner.
- Qué leer para estar al día con la implementación del Acuerdo Final de Paz.
- Los seis puntos del Acuerdo Final de Paz resumidos y comentados por un líder social.
- Si la JEP fuera un tía. Una analogía para entender lo que está sucediendo en la Jurisdicción Especial para la Paz.