Bañarse tranquilos en el arroyo, caminar descalzos, compartir y generar oportunidades en el territorio son algunas de las razones por las que más de doscientos jóvenes trabajan juntos y por la paz en esta región de Colombia. Conversamos sobre esta experiencia organizativa con Naun Álvarez González, un joven líder social montemariano. Parte del especial La paz en los Montes de María.

Hace unos treinta años, los niños que vivían en los Montes de María estaban expuestos directamente al conflicto armado. Durante décadas, esta región fue epicentro de controntaciones entre varios actores armados tanto legales como ilegales, lo que llevó a que la vida estuviera atravesada por las acciones violentas y por las divisiones y miedos que esto generaba en las comunidades. [Lee también: Qué leer para conocer más a fondo los Montes de María].
Naun Álvarez González, estudiante de Trabajo Social, fue uno de esos niños y hoy es uno de los líderes de los Jóvenes Provocadores de Paz, una iniciativa juvenil que en pocos años ha logrado crear lazos de amistad y apoyo mutuo entre jóvenes de origen campesino en las comunidades de la Alta Montaña.

«Yo soy un joven campesino –se presenta Naun–. Nací en 1996 en una vereda que se llama Camarón, corregimiento de Huamanda, municipio de El Carmen de Bolívar. Nací en pleno conflicto: mi niñez fue escuchar bombardeos, combates, enfrentamientos, vivíamos entre amenazas. Pero hoy contamos otra historia, hoy somos provocadores de paz».
Como cuenta el también líder social Dionisio Alarcón en Volvimos a la Alta Montaña para reconstruir lo que el conflicto destruyó, como hubo tantos actores armados en disputa y cada uno tenía su filosofía y su forma de operar, su presencia dividió a los habitantes: «En algunos lugares se decía que las personas eran paramilitares, y en el otro lugar se decía que eran guerrilleros. Pero una vez salieron los actores armados, quedó el estigma entre nosotros y pensábamos que los de aquel lugar no podían juntarse con los de este lugar porque eran paramilitares, o que nosotros no podíamos ir allá porque supuestamente éramos guerrilleros».
Entre los niños y los jóvenes este contexto también afectó la percepción que tenían de los demás. Hoy, dice Naun, «la reconciliación entre jóvenes es un eslabón importante pues, aún sin conocernos, entre nosotros había rencores, producto de la ruptura del tejido social provocada por el conflicto armado».
Como respuesta a esto, unidos en la búsqueda regional de paz y reconciliación en los Montes de María, los jóvenes se han organizado para emprender acciones que propicien reencuentros y diálogos propositivos en donde sean ellos mismos los protagonistas de la transformación del territorio. Su experiencia es de alguna manera similar a lo que hacen los integrantes de la Asociación de Jóvenes por Rionegro, un corregimiento del municipio de Rionegro, en Caquetá.
«En la Alta Montaña trabajamos con enfoques juveniles –explica Naun– y tenemos cuatro iniciativas: la construcción de paz, el cuidado y protección del medio ambiente, la reconciliación, y la cultura, porque tenemos muchos talentos en el territorio. Incorporamos el enfoque de género y no hay exclusión por los ideales que tenga cada uno o por la orientación sexual. Somos un proceso distinto que busca llevar oportunidades a los jóvenes».
En la Alta Montaña hay Jóvenes Provocadores de Paz en las 52 comunidades y grupos conformados en 37 de ellas. Entre otras acciones, dice Naun, «hacemos campamentos de integración para que como comunidad podamos escucharnos, conocernos, saber quiénes somos, qué buscamos, qué estamos defendiendo». También hacen un evento ecológico cada año, reconociendo que no solo los seres humanos han sufrido el impacto del conflicto armado, sino que también la Tierra ha sufrido: «y nosotros queremos reconociliarnos con ella».
Ser parte de un proceso pacífico campesino
Los Jovenes Provocadores de Paz hacen parte activa del Proceso y del Movimiento Pacífico de Integración y Reconciliación de la Alta Montaña.
Este proceso surgió en abril de 2013, cuando más de mil campesinos organizaron una caminata pacífica para exigirle al Estado que volviera su mirada a sus comunidades pues, tras el conflicto armado, habían quedado sumidas en la pobreza y el abandono: no había vías de acceso, la infraestructura educativa y de salud eran muy precarias y había muchas dificultades aún en temas de seguridad.
A partir de esa caminata, los campesinos lograron que el gobierno nacional y departamental firmara con ellos 91 acuerdos, y se comprometiera a darles cumplimiento. Uno de esos acuerdos consistió en un ejercicio local de construcción de memoria histórica en el que, junto con otros jóvenes, participó Naun.
Producto de ese trabajo colectivo promovido por el Centro Nacional de Memoria Histórica es el libro Un bosque de memoria viva, un referente de construcción de memorias desde las mismas comunidades.
«Después de la caminata –comenta Naun–, los líderes se organizaron y empezó un proceso de reconciliación en el territorio. Y desde el inicio se le dio una mirada distinta a los conflictos siguiendo la visión de Ricardo Esquivia sobre la No violencia, donde ya los problemas no se pueden solucionar con balas, ni enfrentamientos, sino que también hay otras herramientas con las que podemos trabajar por los derechos de los campesinos».
Cada mes, desde hace seis años, los líderes sociales que representan a las veredas y corregimientos de la Alta Montaña –incluidos los jóvenes– se reúnen en una asamblea en la que avanzan en temas de interés común. El encuentro sucede cada vez en una comunidad distinta, de manera que todos vayan teniendo una idea más amplia del territorio y se reconstruya el tejido social. «Hacemos una olla comunitaria y ahí compartimos un sancocho de costilla o un mote de queso. Eso nos ha dado fuerza, conocer todo el territorio».

Ese encuentro con los demás líderes les ha dado también a los jóvenes la capacidad de expandir sus cualidades y llegar a desempeñar otros, como ser presidentes de juntas de acción comunales, algo que en el pasado no era común en jóvenes con 18 o 20 años. Naun, por ejemplo, es el presidente de la junta de su vereda.
«La paz se convirtió en un hábitat –dice Naun–. Para nosotros bañarse en el arroyo, caminar descalzos por la comunidad, esa es nuestra vida. Y como líder juvenil, eso es lo que queremos para todos, queremos inspirar confianza entre nosotros mismos y en el territorio». Él resalta que en sus diálogos resumen a los Montes de María en cuatro palabras: Territorio, Resistencia, Campesino y Resiliencia. Ellos, los jóvenes, son «la universidad de la memoria».
Entre asambleas, encuentros, eventos comunitarios, jornadas deportivas y ecológicas, estos jóvenes trabajan para que no haya más brechas entre la ciudad y el campo y luchan por trascender las estigmatizaciones, porque no haya desigualdad y se logre la justicia en la Alta Montaña.
Naun asegura que anualmente se gradúan 250 bachilleres en las 52 comunidades de la Alta Montaña, y que solo el 1% tiene la oportunidad de ingresar a una institución de educación superior.
«Por eso nos preguntamos qué está pasando con todos esos jóvenes. Por nuestra historia, sabemos que la única forma de salir adelante es educándonos. Si tenemos educación, tenemos paz; si hay paz, hay estabilidad en el territorio, y si hay estabilidad, hay economía y crecemos realmente como territorio», dice Naun.
Su compromiso con los demás jóvenes y con la comunidad es grande y sincero: «Si volviera a nacer escogería nacer otra vez en mi región, porque la vida del campo es muy bonita», concluye.
Este artículo se hizo de manera colaborativa entre Diario de Paz Colombia y los Jóvenes Provocadores de Paz de la Alta Montaña. Parte del especial La paz en los Montes de María,
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Los jóvenes si tenemos educación, tenemos paz; si hay paz, hay estabilidad en el territorio, y si hay estabilidad, hay economía y crecemos realmente como un país muy bueno para un futuro,
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